UNA HISTORIA ÚNICA QUE RECORRE LAS PAREDES /
Levantado por la Orden de San Francisco a finales del siglo XII, el actual Hotel–Convento Parador de San Esteban de Gormaz emerge como un silencioso testigo de la historia de esta tierra, que fue frontera viva durante la Reconquista y más tarde corazón de la Comunidad de Villa y Tierra.
Durante siglos, sus muros acogieron la vida serena de los monjes franciscanos, agricultores y guardianes del espíritu del lugar, que ofrecían cobijo a peregrinos, viajeros y caminantes rumbo a Santiago. Entre arcadas y claustros resonaron también los pasos de caballeros, nobles e hidalgos, mientras el cercano Duero ofrecía su constante riqueza y protección.
Tal fue la importancia del monasterio que, desde el primer cuarto del siglo XVI, su capilla se convirtió en el espacio solemne donde eran investidos los “Figos-dalgo” de la villa, los hidalgos. Bajo la mirada del Rey, aquellos caballeros se erigían en honorables custodios de armas, tierras y responsabilidades locales, dejando linajes cuyos apellidos aún laten en la memoria de San Esteban.
El destino del edificio cambió con la desamortización de Mendizábal en 1845. Fue en 1859 cuando el antiguo convento abrió una nueva etapa como parador de transeúntes, mientras su iglesia, adquirida y restaurada por el obispado de Osma-Soria, renacía en 1900 y, décadas después, en 1986, adoptaba la advocación de San Esteban Protomártir.
Hoy, cada estancia, cada piedra y cada silencio del Parador conserva la huella de esas vidas pasadas, invitando al viajero a sentir que, aquí, la historia nunca dejó de respirar.

