LA REINA DE TARDAJOS: UNA HISTORIA QUE SE CUENTA EN VOZ BAJA /
Dicen que en Vinuesa, cuando el aire baja desde los Pinares como un susurro antiguo, puede oírse el murmullo de una mujer que una vez fue hermosa, orgullosa y terriblemente humana.
La llaman la Reina de Tardajos, aunque nunca llevó corona.
Su reino era otro: el del deseo, el del arrepentimiento, el de las decisiones que cambian destinos enteros.
I
Nació Pascuala, hija de un lugar pequeño, pero con la gracia de quien parece venir de otro mundo.
Decían que cuando caminaba, los hombres giraban la cabeza y las mujeres guardaban silencio un instante, como si ante aquella joven de ojos oscuros flotase un aura que no sabían nombrar.
Se casó con un hombre respetable —un hombre bueno, dicen unos; tibio y distante, dicen otros—.
Pero el corazón de Pascuala ya tenía dueño desde antes:
José, el joven criado que la miraba como se mira algo que duele y redime al mismo tiempo.
Entre ambos, el amor era un incendio que habían aprendido a esconder.
Hasta que un día, no pudieron hacerlo más.
II
La noche en que todo cambió llegó sin anunciarse:
fría, silenciosa, envuelta en un manto de luna vencida.
Las crónicas hablan de un plan, de manos temblorosas, de la sombra del pecado creciendo en las paredes de la casa.
Pero las leyendas cuentan otra cosa:
que Pascuala no era dueña de sí misma aquella noche,
que el amor se le había vuelto tempestad
y que, en un solo instante, el mundo que conocía se quebró para siempre.
Cuando amanece, la casa está bañada en un silencio distinto.
Un hombre yace muerto.
Tres vidas quedan marcadas.
III
El juicio fue rápido.
La gente acudía como si fuese un espectáculo, empujados por la sombra irresistible de la tragedia.
La belleza de Pascuala, antaño celebrada, se convirtió en condena:
“¡La reina!”, murmuraban.
“No por nobleza —decían— sino por orgullo.”
José y ella fueron sentenciados a morir.
Pero antes del final, algo cambió en Pascuala.
Los que estuvieron cerca aseguran que dejó de hablar de sí misma.
Que al mencionar a José, se le quebraba la voz.
Que pidió perdón con la intensidad de quien comprende, por fin, el peso de su libertad malgastada.
IV
El día de la ejecución amaneció pálido.
Cuentan que Pascuala subió al patíbulo con dignidad,
que no lloró,
que miró al cielo como quien entrega lo último que tiene.
Y que, cuando todo terminó, un silencio espeso se extendió por Soria.
Un silencio que aún hoy habita en la ermita donde reposan.
V
Los años pasaron.
El mundo olvidó los detalles y se quedó con la esencia:
la historia de un amor que desafió las reglas,
de una mujer que pagó un precio desmesurado,
y de un pueblo que convirtió su tragedia en leyenda.
En Vinuesa, la antigua casa parece respirar por las noches.
Las telas, los retratos, los suelos crujen como si retuvieran memorias.
Quienes duermen allí dicen que sienten una presencia suave, casi maternal.
Tal vez sea Pascuala,
no la criminal,
no la enamorada,
sino la mujer que buscó redención y la encontró al fin en los susurros del tiempo.

