CEE, EL ÚLTIMO REDUCTO BALLENERO DE EUROPA /
En Cee, el mar no era solo horizonte, sino destino. Durante buena parte del siglo XX, la tradición ballenera marcó la vida de la villa, tejiendo una relación intensa y áspera con el Atlántico. Las jornadas comenzaban antes del alba, cuando el puerto aún dormía y las lanchas partían entre brumas, guiadas por la experiencia y la intuición. La llegada de una ballena alteraba el ritmo cotidiano: sonaban las sirenas, el pueblo se detenía y el trabajo se volvía colectivo, duro y preciso, impregnado de sal, sangre y esfuerzo compartido.
Aquel mundo forjó un carácter: hombres y mujeres ligados al mar, conscientes de su grandeza y de su peligro. Las ballenas, inmensas y silenciosas, eran parte de una historia compleja, hecha de necesidad, supervivencia y respeto temeroso. Hoy, cuando la ría parece más serena y la industria quedó atrás, Cee conserva esa memoria en sus muelles, en los relatos transmitidos al caer la tarde y en el eco profundo de un océano que fue sustento y testigo, y que aún sigue marcando la identidad del lugar.

